- Este texto lo he escrito en recuerdo a Rodrigo Rojas de Negri y en la esperanza de dar un impulso de fe y alegría a su madre, que a través de los años ha tenido que sufrir mucho por la perdida de su joven, hermoso y amado hijo.
"Es bueno recordar que
las condiciones del pasado nunca serán exactamente las mismas en el futuro, ni
en este ni en ningún otro plano, y que nosotros nunca volveremos a ser
exactamente los mismos". (Jorge Bucay, El camino de la espiritualidad. Llegar a
la cima y seguir subiendo)
Con motivo de inaugurarse en Concepción, una nueva exposición
fotográfica de Rodrigo Rojas de Negri, un amigo de luchas estudiantiles (Favio
Moraga) señalaba en Facebook, que al ver esta fotografía tomada hace casi tres
décadas (1986) de pronto recordó, abruptamente, pues “el pasado viene a
ti de improviso!.
En las calles de Santiago de Chile (1986) fotografía de Rodrigo Rojas de Negri
Es verdad, el pasado a veces viene a nosotros de improviso, emerge
desde adentro, como un rayo, y sin aviso. A veces es algo grato pero no
siempre. Pero, nos guste o no, a veces el pasado se manifiesta y adquiere
forma, presencia, realidad. Esto ocurre, porque existe un registro interno
de todas nuestras experiencias vividas, que de algún modo quedan gravadas en
nuestro interior. Nada de lo que nos ha ocurrido en pasado se pierde. Queda
ahí.
Sin embargo al mismo tiempo, se puede decir que ese pasado, ya no está aquí.
Se ha ido. En consecuencia aquellos que alguna vez estuvimos allí, en la calle,
en el momento de la fotografía, ya no estamos más. Nos hemos ido.
Por esta razón, corrientes espirituales como el Budismo, el Taoismo o el
Sufismo nos aconsejan que aprendamos a desprendernos con amor y compasión del
pasado, porque ya no existe. En el fondo es un ejercicio de aprender a
desprenderse, a vaciarse de uno mismo. Cualquiera sea la situación vivida, los
hechos, los sentimiento, los pensamientos, las circunstancias de ese momento,
se han diluido irremediablemente en el fluir del tiempo. Lo pasado, pasado está.
Es irremediable y lo único que nos queda es el presente, el aquí y el ahora.
Pero, aunque es una paradoja, también a un nivel espiritual, estas mismas
tradiciones sugieren que en un cierto nivel, en un plano místico, nosotros, los
jóvenes de entonces, aquellos que estábamos en las callas luchando por la
libertad en la década de los `80 aún seguimos ahí. Como congelados en el
tiempo. Tal vez por esa razón, físicos teóricos, que se mueven en la delgada línea
que separa la física de la mística, que argumentan que hay una sincronicidad en
el tiempo y en el espacio, una realidad paralela dónde cada momento, de algún
modo, sigue estando allí: como flotando en el espacio. Desplazándose como si
fuera un fragmento de luz proyectado sobre un oscuro espacio infinito.
Tal vez ese sea el secreto, a veces misterioso de algunas fotografías
del pasado. Ellas congelan y capturan “ese momento”. Un momento de historia
humana que, no obstante haber pasado, vive como flotando en ese espacio invisible
e infinito. Es un espacio sin luz, pero es la fotografía le que les da luz y visibilidad.
Es decir, el fotógrafo con su tecnología y su presencia, “atrapa ese
momento” y no lo deja escapar, lo congela para que nosotros lo sigamos viendo,
compartiendo, en este mundo de formas que llamamos realidad.
Formulado de otra manera, el fotógrafo es un creador, su criatura es la
fotografía.
El crea una realidad aparte, con existencia propia. Una criatura llena
de luz.
Como sea. Yo a veces pienso y siento que yo ya no estoy ahí.
¡Pero al ver la fotografía nuevamente! ¡Sé que yo sigo ahí y el
fotógrafo, también!
¿Es esta una realidad aparte? ¡Con luz propia, y que nadie puede
apagar!
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