4.7.10

La bandera tricolor, el mundial y el triatlón


El espíritu deportivo y el Mundial de Football me ha dado la oportunidad de volver a identificarme, aunque sea por breves instantes, con la bandera Chilena.

Después de ver el partido de Football entre Chile y Suiza, de pronto no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Chilenos corriendo en la cancha de verdad. Haciendo deporte y en forma. Concentrados, coordinados, flexibles, soberanos. Tanto fue mi impresión después de ver los 90 minutos de deporte limpio y claro por parte de los chilenos y la banderita tricolor, que yo mismo salí a correr y a hacer deporte. Motivado y entusiasmado por el ejemplo de mis compatriotas.

Que agradable ver chilenos haciendo deporte de verdad del más alto nivel, y no solamente ‘pichangueando’ y agarrando la pelota pa’ tirarla pa’ fuera y poder descansar un rato. O “irse al chancho” con el tipo que se tiene del otro lado de la frontera divisoria de las aguas.

No estos tipos estaban jugando de verdad y con las ligas mayores. Un orgullo por la bandera nacional de pronto brotó en mí cabeza.

Nunca me sentí muy cómodo con estos símbolos patrios. De hecho en mis años escolares siempre tuve resistencia a cantar la canción nacional o a rendirle honores a estos símbolos que me parecían forzados. Obligados. Adoctrinados. Una invitación al la exaltación primitiva del nacionalismo inconsciente y a una identidad que a veces se puede volver incluso asesina. Porque también hay identidades y nacionalismos que son muy destructivos.

Incluso la idea misma de ‘nacionalidad’, a pesar de estar en un colegio que llevaba la etiqueta de ‘Nacional’ me pareció siempre una idea restringida, limitada por fronteras administrativas y políticas. Bastante discutibles y dinámicas. Una invitación al prejuicio y al estereotipo de aquellos que tienen otros emblemas y colores. Cuidado con las banderitas, a veces pueden ser peligrosas. Me decían a mi mismo esas voces interiores que nos acompañan y nos hablan a todos.

Cuando niño me identificaba con aquellas canciones que proclamaban una unidad latinoamericana e intentaban desarrollar una conciencia trans-nacional. Incluso antes de la invención de Internet y ‘facebook’. Por aquel entonces cantaba “si somos americanos, tenemos las mismas manos, somos una misma bandera’. Y de verdad me creía ese cuento. Tanto así que se me grabo en alguna parte del corazón y de la cabeza. Por eso tal vez no se me ha hecho tan complicado transitar fronteras nacionales y aprender a convivir con personas que defienden diferentes colores.

Además para aquel entonces, en la década del ‘70 y el ‘80 para colmo había una exacerbación en Chile de las ideas nacionales. Producto de esa enfermedad colectiva llamada. Militarismo y Nacionalismo. Una combinación explosiva y muchas veces abusadora. Capaz de eliminar en un abrir y cerrar de ojos, cosas bellas y delicadas. Como la vida de un cometa y estrella brillante . El poeta Victor Jara. Además siempre me parecío que la palabras "patria", "patriotrismo" y "fanatismo" pueden confundirse fácilmente.

No definitivamente no. La bandera nacional no fue en mi infancia ni juventud una símbolo particularmente significativo en mi vida. Ni lo ha sido en muchas etapas de mi vida adulta. Sigo jugando el partido con camisetas de diferentes colores y que portan a veces banderitas de distintos territorios. Hay que ser un explorador. No un portador de banderas y barreras mentales. Siempre he pensado que la distancia que hay entre una sana y constructiva identidad nacional y el fanatismo nacionalista es a veces casi imperceptible. Es fácil caer al abismo.

Sin embargo hay momentos en los que estos símbolos ayudan a comunicar. Sentimientos compartidos. Emociones. Identidades colectivas. Llenas de vida y que son sanas como el Sol del medio día, cuando las sombras son más cortas. Por lo mismo tienen un poder enorme. Transmiten energía y deben por lo tanto ser usados con responsabilidad y respeto por el otro. Legitimo en su diferencia. En su dignidad.

La primera vez en mi vida que porte una bandera chilena fue aquel día cuando los jóvenes estudiantes chilenos tuvieron la oportunidad de celebrar un triunfo enorme desde el punto psicológico. La salida obligada del Rector Federici significo el paso más importante desde el punto de vista del auto-reconocimiento del movimiento estudiantil democrático en Chile. Como una fuerza capaz de lograr avances reales en el camino a la recuperación de la democracia en mi país. Fue un golpe de autoestima aplicado directamente a la vena de millones de chilenos.

Aquel día al marchar junto a otros dirigentes estudiantiles de la época, un compañero que estudiaba y hacia historia, al igual que muchos. Un joven rebelde que hoy es profesor en una universidad de México, me paso una bandera de tres colores que yo tomé en mis manos.


El merito de este compañero (Fabio Moraga) fue tener la bandera en el momento correcto en el lugar correcto. Y pasármela a mi. Yo casi no tuve mérito, más allá de haberla agarrado firme y sin dudar. Para el "Chaca-Zulu" tal como le decíamos con cariño en aquella época. A la distancia un homenaje sincero por su fuerza, valor y disposición a apoyarme en todo momento. El me tiró la pelota para apoyar a su equipo en los momentos duros. Sin este gesto nunca habría tenido el honor de llevar la bandera aquel día soleado.

Fue la primera y última vez que me atreví a tomar posición clara y definida por nuestra bandera ‘nacional’ en un espacio público. Era un momento de gloria, de alegría. De dignidad y auto-reconocimiento por el esfuerzo y el valor desplegado por una generación de jóvenes que habían sacrificado mucho de sí mismo por un ideal generoso y valiente: Solidaridad, Rebeldía y Libertad.

Hoy mirado desde lejos esos ideales me parece que mucho de nosotros éramos portadores de sueños ingenuos, pero sinceros. Algo “ilusorio” e “irreal” pero lleno de dignidad y nobleza. Tal vez, todo eso no fue más que un espejismo, una proyección hacia fuera de lo que llevamos adentro y escondido de nosotros mismos. Al fin y al cabo me identifico con un generación que había crecido como la mala yerba entre una grieta y una ruptura profunda de la identidad nacional. Teníamos dentro de nosotros. Miedo y Alegría. Fuerza y Esperanza. Rabia y frustración. Honestidad y Mentira. Lo bueno y lo malo, la claridad y la oscuridad de lo humano.


Por todo eso tal vez 20 años después al ver ese partido de football y estos jóvenes que defendían la dignidad nacional. En esta competencia entre naciones, pero no contra las naciones. De pronto se me activo las reservas de amor a la “patria” que se me fueron quedando en el pasado. Ahora las neuronas de nuestros primeros años de socialización ( o mejor decir ‘programación’ ) infantil. De nuestros años escolares. Las primeras lecturas de los forjadores de la ‘patria’ y todas sus tragedias. Mezclados con los recuerdos de las empanadas, los tomates con cebolla, la chicha y las sandías en casa del los abuelos o en la casa de los tíos en campo durante el verano. Y las luchas estudiantiles de los años locos.

De pronto ya no veía jugadores. Veía ‘recuerdos del pasado’, ‘identificaciones’, sombras con sabores, colores y emociones que han quedado atrás. Pero que al mismo tiempo siguen vigentes y vivas en lo más profundo de mí.

Más allá de las estrechas fronteras mentales y nacionales, de pronto me pareció ahora legítimo volver a portar la bandera chilena. No como una forma prepotente y arrogante de decir “yo soy chileno”. Sino como una manera afectuosa y honesta de decir, yo vengo de este rincón del mundo. Estos son mis colores. Estos los sabores y sinsabores de mi tierra.

"El pago de Chile" con todo lo que ello implica. Lo bueno y lo malo, pero que yo quiero compartir con ustedes en estas tierras lejanas y extrañas. Quiero sacar mi bandera para hacer más multicultural y más internacional esta ciudad de sajona donde vivo. Esta esquina todavía homogénea y poco pluralista de Alemania, a pesar de todo lo mucho que se hable de globalización y transculturalidad.

Por la misma razón al momento que un amigo y deportista cubano me pidió acompañarlo a una competencia de Triatlón, me pareció una oportunidad excelente para volver a tomar la bandera nacional.


Ahora había otra razón para hacerlo. No para celebrar una victoria política. Sino simplemente para compartir la alegría de estar ahí, de ser ahí en el mundo multicolor del ambiente deportivo. Apoyar una causa justa: hacer deporte por que sí no más. Por el disfrute de respirar, correr, nadar. Sentir el cuerpo, la vida. Saber que no estamos muertos.

Estos son valores más profundos que las fronteras nacionales y mentales. Es más grande que la política. Quien quiera empoderarse debe empezar por hacer deporte y poner en práctica el viejo lema "mente sana en cuerpo sano". El hacer deporte me he permitido mucho de como hacer real el concepto de "Empowerment". Por este valor de estar en armonía con uno mismo y con los otros, sin competir para destruir al otro, o estar en contra del otro. Sino para ir con el otro.

Ese fue el lema que me motivo a sacar del baúl de los recuerdos esa vieja bandera chilena que un día me regaló otro joven estudiante que un día paso por estos rincones de Alemania.

Total de cuentas pensé: “- en este triatlón que es además una especialidad que se denomina “triatlón apto para todos” ("jedermann Triathlon") vale la pena hacer valer la ley secreta del tres. La unidad de tres mundos. El cubano, el chileno y el alemán. Como lo era en su época el chiste popular del chileno, el peruano y el argentino. Hay que ponerse al día con lo transcultural no en palabras sino en los hechos.

Por eso aquel día saque mi banderita chilena, banderita tricolor. Para rendir respeto a tres mundos que se unieron ese día en la triatlón y que forman parte de mi mundo actual, del territorio psicológico y cultural en que habito. Mi habitat de significados. De las nuevas fronteras que he cruzado.

Una forma de apoyar a mis amigos y deportistas cubanos (empoderados y despoderados) que he conocido, aprendido a respetar y apreciar más allá de los dogmas y las fronteras ideológicas y mentales de todo tipo. Fronteras y discursos mentales, que todavía mantienen a viejos aislados y atrapados en su propio laberinto de la soledad. La próxima vez le pondremos a la bandera cubana una “R” de resistencia y rebelíon. Una “S” de solidaridad y una “L” de libertad. Cómo lo solían hacer los jóvenes libertarios en épocas de lucha contra las dictaduras. Hay que ser realistas. Pidamos lo imposible. Que se acaben las dictaduras.

Respecto de la bandera chilena, esta se queda como está. Por lo demás la estrellita que tiene y va en cielo azulado. Está bien. Al fin y al cabo es igual a millones de otras estrellas en el universo. Es decir es un símbolo que nos puede enseñar a ser más humildes pero soberanos en la diversidad del espacio infinito de planetas que forman nuestro "jardín del edén".


Y con respecto de la tricolor alemana. La llevaré también como una forma de rendir el justo homenaje a quienes en estas tierras me han ofrecido su hospitalidad y me han mostrado a pesar de todos los conflictos y dificultades de ser un inmigrante que aquí también hay muchos que "quieren al amigo cuando es forastero".

!Chi, chi, chi. Le, le, le Viva Chile. Cuba y Alemania!

!Viva la tricolor. Y por lo mismo, vamos a prepararnos para el próximo triatlón!


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