4.9.15

El Niño y el Mar

He despertado con la imagen de un niño, boca abajo, tendido inerte en la arena, junto al mar.



Esta imagen es perturbadora. Evoca un estado psicológico profundo en mí. Me ha costado mucho tiempo, casi todo el día, intentar sacarme está imagen de la cabeza. Sin éxito.

Llevo durante años practicando la meditación e intentado acercarme a una forma más espiritual de ver el mundo y entiendo “conceptualmente” muy bien la idea del Hinduismo, Budismo o el Taoismo, respecto a no dejarse atrapar por al ilusión (Maya), lo bueno o lo malo, de lo que nos pasa en el día a día. Todo es efímero, la alegría como el dolor y por la misma razón debemos aprender a tomar distancia emocional de muchas circunstancias de la vida diaria.

Sin embargo, a veces me cuesta mucho tomar esa distancia y no dejarme abrumar por rabia, frustración, desesperación. A veces no puedo no dejar de sentir dolor, por el dolor ajeno. O sentirme abrumado y alterado por el caos y la locura que nos llega a través de los medios de comunicación de masas. Por ejemplo esta fotografía de un niño muerto junto al mar. Me ha sacado de mi silencio y mi quietud. Me ha sacado de mi centro.

¿Por qué? No es el primer niño que muere en una trágica circunstancia. Diariamente mueren miles de niños en situaciones de hambre, violencia, guerra. No es la primera, ni será la última vez!. Sin embargo, creo que está foto tiene algo diferente. Algo desolador, conmovedor. Refleja un mensaje especial.

El niño tendido en la mar, simboliza algo profundo en todos nosotros.

Simboliza, por ejemplo, un profundo anhelo por vivir. Seguir viviendo y no morir.

Al ver al niño muerto uno no puede dejar de pensar en el sufrimiento de sus padres y del mismo niño al momento de morir. El ya no está. La muerte se hace presente, golpea a la puerta de improviso. Además nos hace sentirnos afortunados de no estar ahí.

El niño, nos hace pensar en nuestros propios niños, en nosotros mismo ahí ahogándonos en el mar. El niño nos hace recordar nuestra propia infancia. Nos hace recordar lo que habíamos olvidado. Nosotros también fuimos frágiles, livianos y suaves como el viento. Como un barquito de papel y ese niño junto al mar.  

Es decir, el niño tendido en el mar, simboliza una frontera psicológica, una separación entre lo vivo y lo muerto. El está allí, tendido muerto junto al mar. Yo, en cambio, y el que lee este texto, estamos vivos todavía. Nosotros seguimos aquí.

Marca un límite de sentido entre el “aquí y ahora” y el “allá y entonces”. Él murió, se fue (por lo menos en un plano de la existencia).

Yo sigo aquí y tengo que enfrentarme con mi propia conciencia y mi vivir del día a día.

El niño junto al mar. Es un llamado de atención! Un llamado a tomar posición. A despertar.

El cuerpo de un pequeño ser, formula una pregunta inaudible y sin embargo que no deja de resonar en mi interior y en el interior de muchas personas en el mundo. En silencio, tendido boca abajo, comiendo arena y sin hablar. Se dirige a nosotros en voz baja, como las olas del mar, pero con eco fuerte como un volcán.

El niño nos pregunta:

¿Te interesa el destino de mi y de mi gente que huye de una guerra, de una catástrofe colectiva?.

¿Cuántos deben morir en el mundo para impedir que sigua la guerra en Siria e Irak?

¿Por que países ricos y poderosos siguen vendiendo armas a mi pueblo y no hacen nada para impedirlo?.

¿Podemos nosotros los niños del mundo vivir en paz o debemos morir en el mar?

Ese niño muerto simboliza lo absurdo de una situación. Es un llamado, más bien un grito! A hacer algo para impedir que siga proliferando la violencia religiosa, política, económica que está poniendo en “riesgo al mundo” no solamente a los débiles, sino que también a los poderosos.

Los niños del mundo, sin importar país de origen, religión, color de piel, o condición social. Mientras son niños están más en contacto con lo Divino que cualquiera de nosotros. Tal vez por la misma razón es un golpe en la conciencia de los adultos, ver un niño morir. Es un momento para recordar, conectar con eso Divino que hemos dejado atrás. Un anhelo por volver a sentir y a experimentar el mundo como un niño, como lo experimentamos una vez: sin prejuicios, lleno de entusiasmo por la vida, deseosos de explorar, de aprender, de soñar, de jugar.

Tal vez eso es lo que quería decir Jesús cuando dijo: “dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mi, porque de los que son como estos es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Es decir, déjenlos jugar, soñar, cantar y reír porque los niños, están en contacto con lo sagrado. Representan el sentido de lo espiritual y no deben ser molestados ni maltratados.

Sin embargo, poco a poco todos nosotros nos olvidamos de ser niños y vamos perdiendo el contacto con lo sagrado y lo divino. Por esta misma razón, nuevamente Jesús advertía aquel que no era capaz de volver ser como un niño, no podría acceder a la experiencia espiritual  (Marcos 10:15). Es decir, volver a ser inocente, frágil y liviano como barquito de papel que es llevado por la corriente del río de la vida, de regreso al mar.

Otro sabio (Lao Tse), también se refirió a la importancia de los niños al sugerir que estos se encuentran en contacto con lo divino y representan la simplicidad primordial; “como el niño recién nacido que aún no sabe sonreír sin apegos, como el que no tiene casa”.

Es decir el niño, simboliza aquí un estado primordial libre de prejuicios, y apegos a las cosas materiales de este mundo (XX). Todavía no ha desarrollado un Ego que le hará, posteriormente aferrarse a una racionalidad, una nacionalidad, una etnia, una religión, a una falsa imagen de sí mismo y de “los otros”. El niño todavía esta puro y limpio, como ese niño que es lavado por las olas del mar.

Esta misma imagen se repite en otro poema del Tao (LV) donde se lee:

“El que es rico en virtud es como un recién nacido (…)
Sus huesos son blandos, sus tendones, flexibles, pero agarra con firmeza.
No conoce la unión del macho y la hembra, pero sus órganos son completos y su vitalidad está intacta.
(El niño) grita todo el día, pero no enronquece, porque su armonía natural es perfecta.”

Si porque de algún modo todos volveremos al mar. Y en ese sentido, el niño sirio de tres años junto al mar, simboliza no solamente a todos los otros niños, en su inocencia primordial, sino que también anuncia un destino inevitable para cada uno de nosotros.

Metafóricamente: todos los seres humanos terminaremos algún día boca abajo, junto al mar.

En este sentido el niño muerto tendido en la playa – en un sentido espiritual – representa un destino trágico del ser humano, pero al mismo tiempo una puerta y una oportunidad a la realidad mágica de la vida y de la muerte.

Es decir, el cuerpo de ese niño tendido en la playa refleja una tragedia pero al mismo tiempo una oportunidad.

Despertar! Para intentar vivir una vida más conciente, productiva, bondadosa. Intentar, aunque sea con nuestros propios hijos, llevar una vida mejor, durante el breve lapso en que ellos están.

La imagen del niño y el mar, es silenciosa y dolorosa, pero definitiva como el retorno natural de todos los seres vivos a su origen, que es el mar.

El niño en su inocencia yace ahí, y ya no nos puede contar su historia humana. Hay mar, olas, un cuerpecito inerte. Nada más. Sin embargo el niño, aunque muerto se convierte en un mensajero espiritual, un angelito que nos dice:

“Todo está unido, todo forma una unidad, y tú y yo también estamos allí tendidos, en la arena, junto al mar!”

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